El muchacho de 24 años al que muchos señalan como el mayor pirata informático de España —un cargo que él desmiente calificándose apenas como un experto capaz de detectar fallas en sistemas de seguridad—, será extraditado en breve a su país. Esta era una instancia que José Manuel García Rodríguez rechazaba, pero que ahora aceptó atendiendo presiones familiares.
La resolución del juez federal Carlos Vera Barros terminará con su estadía en la delegación de la Policía Federal en Rosario, donde fue alojado a fines de julio de 2005, luego de ser atrapado por Interpol en la localidad santafesina de Carcarañá.
Hasta allí había llegado García Rodríguez escapando de la Guardia Civil española. En su país se lo acusaba de haber utilizado el phishing, una técnica con la que lograba clonar páginas Web de reconocidas entidades bancarias. De esa manera recolectaba contraseñas, datos personales y claves que le permitían transferir dinero a cuentas ficticias para luego usufructuarlo. Dicen que aquella técnica lo convirtió en un hombre millonario, aunque ese es otro de los datos que desmiente con vehemencia.
Sobre el hacker, que navegaba en la Web con el alias de “Tasmania” y que fue detenido por primera vez a los 16 años luego de que la compañía Telefónica lo acusó de realizar conexiones clandestinas a la red, pesaban tres pedidos de extradición y nueve solicitudes de captura.
Las acusaciones, presentadas en distintos juzgados españoles, le apuntaban el delito de estafa informática. García Rodríguez se negaba a abandonar el país argumentando que las transgresiones que le imputaban en España no tenían equivalente en el Derecho Penal Argentino.
Aquel argumento de fondo ni siquiera pudo ser estudiado en el juicio de extradición, abortado tras la aceptación del muchacho de ser enviado a su país. Los familiares, afincados en Algeciras, pretenden retomar contacto con él y seguir de cerca la causa en la Justicia española. Con esos argumento lograron torcer su postura de permanecer aquí.
A Carcarañá, localidad de 10.000 habitantes situada 60 kilómetros al oeste de Rosario, había llegado siguiendo el dato aportado en Madrid por un amigo argentino. Allí alquiló una vivienda sencilla, aunque su presencia no pasó desapercibida. Lo apodaban el Gordo y, de acuerdo a los vecinos, gustaba de efectuar voluminosas compras.