Capital humano en Chile

Capital humano en Chile: ¿queremos optimizarlo?La subexplotación de recursos naturales, de capital físico y de capital humano es algo común en países subdesarrollados, y que en buena parte los define. La evidencia de los dos primeros, de más fácil percepción, tiene bastante cobertura mediática y generalmente es objeto de propuestas politizadas (¿se acuerda del gas boliviano?). No obstante, siendo el capital humano el recurso más importante de los tres –y por lejos, aunque cueste creerlo – su subutilización es pobremente mencionada y muchas veces alentada por regulaciones inflexibles y anti-competitivas. Las cifras oficiales de desempleo en Chile disimulan esta realidad. En efecto, siendo la tasa de desempleo de 8,3% para el trimestre marzo-mayo – la menor para el periodo desde 1998 – el cuociente número de ocupados sobre población mayor a 15 años es extremadamente bajo en comparación con un mercado laboral avanzado como el estadounidense: 50% versus 63%. Esta brutal diferencia se ve escondida por la manera en que se mide la fuerza de trabajo, ocultando el verdadero desempleo existente en Chile (ver Comentario Macroeconómico Junio 2003, “Un millón y medio extra de puestos de trabajo”). El cuadro siguiente es bastante revelador en este sentido:

El menor porcentaje que tienen los empleados sobre la población total en Chile se puede explicar en parte por los obstáculos que posee nuestro inflexible mercado laboral. De hecho, si se replicara la estructura laboral de Estados Unidos, con su legislación y con una tasa de desempleo en torno al 5%, Chile estructuralmente podría tener casi 1,4 millón más de personas ocupadas (considerando datos del trimestre móvil marzo – mayo 2005), de las cuales alrededor del 85% serían mujeres, una cifra que bien vale una explicación y que tendría un efecto significativo sobre el producto. Y resulta paradójico, porque mientras se busca proteger a las personas obligándolas a estar afiliadas a una AFP e Isapre, imponerles un seguro de cesantía, fuero maternal, laboral, sindical, indemnizaciones, entre otros, se termina haciendo precisamente lo contrario, dejándolos fuera de la fuerza laboral, lo que resulta equivalente a un impuesto al trabajo. Efectivamente, una mera revisión sobre las normas generales que trata la ley laboral muestran un panorama muy poco atractivo para Chile:

Dos aspectos llaman la atención: el primero es que el sueldo mínimo estadounidense se aplica por hora y no por mes, lo cual facilita la contratación de los trabajadores part-time. Para hacerlo comparable con el chileno, el sueldo mínimo estadounidense de US$ 5,15 por hora equivaldría en términos nominales a un sueldo mensual de $525.000, considerando un dólar a $580 (ó $450.000 ocupando el índice Big Mac), es decir, cuatro veces el chileno (3,5 veces ocupando tipo de cambio del Big Mac). Por otra parte, la producción por trabajador ocupado en Estados Unidos es cuatro veces la chilena (3,6 veces según el Big Mac), lo cual hace ver que, corregido por nivel de desarrollo, el sueldo mínimo chileno no presentaría mayores desajustes en relación a la situación estadounidense, que ya ha demostrado ser bastante eficiente. El segundo aspecto es que la legislación americana comprende una serie de excepciones al sueldo mínimo con el objetivo de “prevenir la reducción de oportunidades de ser empleado” (US Department of Labor). Además, prácticas laborales como las vacaciones, indemnizaciones, licencias médicas, períodos de descanso, aumentos de sueldo, beneficios y finiquitos no son reguladas por la FLSA (Fair Labor Standards Act, Acta de Estándares Laborales Justos) ni por leyes estatales (en general), sino que quedan para ser determinadas entre el empleador y el empleado: así es como realmente se defiende al trabajador y se maximiza el valor del capital humano. A la luz de lo anterior, se puede apreciar que el desajuste chileno no parece estar explicado mayormente por el monto del sueldo mínimo, sino principalmente por las restricciones de inflexibilidad que impone un contrato de corte mensual y por el fuerte desincentivo a contratar producto de las desproporcionadas indemnizaciones, haciendo que el riesgo y los costos para el empleador de contratar en Chile sean mucho más fuertes que en Estados Unidos. Esta flexibilidad laboral es justamente uno de los baluartes que tiene la economía de Estados Unidos para adaptarse a las cambiantes condiciones existentes en la economía. Los trabajadores y su oferta por trabajo se mueven con facilidad entre las industrias demandantes de este factor que están siendo más rentables en cada periodo, contribuyendo a la redistribución de los factores productivos. Por algo Estados Unidos tiene una de las tasas de rotación laboral más altas del mundo y un bajo periodo promedio de duración del desempleo: 17 semanas (pero la mitad de los desempleados encuentra trabajo a lo más en 9 semanas), mientras que en Chile ciertos estudios señalan que dicho período es de 15 meses (encuesta junio 2005 de Libertad y Desarrollo). Esta cuestión es extremadamente importante, ya que permite distribuir entre más partícipes los costos del ajuste en el empleo. Para un Estado es esencial contar con flexibilidad frente a cualquier shock, interno o externo. Esta flexibilidad la tienen países como Estados Unidos, Inglaterra o Australia, pero Chile no: basta ver la cantidad de desempleados en la crisis pasada y la duración de esta lamentable subutilización. Lo anterior sumado al desajuste cambiario que incentivó artificialmente el sector transable en desmedro del no transable –más intensivo en mano de obra– explican las cifras de desempleo tan alto por tan largo tiempo.

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